Son las cinco de la tarde del último día de tu festival de música favorito, han sido más de veinte bandas a las que les prestaste más de cinco minutos de atención durante estos últimos tres días, un tumulto de más de cien mil personas están a tu alrededor, en una espera de veinte minutos para que tu artista favorito y cabeza del festival salga a tocar las canciones que estuviste escuchando durante toda la semana para que no se te olvidara ni una sola palabra de cada una de las canciones que en teoría deberían tocar en tu “play list” ideal. En esa espera de los veinte minutos nunca te has cuestionado: ¿Qué chingados hace toda esta gente aglomerada? ¿Qué tiene toda esta gente en común para seguir parada aquí en vez de estar en sus casas echando la hueva? ¿Porqué te molestas en pagar más de mil pesos por estar parado, apachurrado, sin cerveza (porque te puedes perder o puedes perder tu lugar) y agotado?
Así fue cómo mi último festival de música en su fase terminal acababa en mi mente: ¿Será que estoy creciendo? ¿Será que realmente ya me cuesta estar ahí parado?, ¿Será que realmente no tiene ningún sentido romperte la madre tres días para escuchar música? Y varias respuestas sociales y personales vinieron a mi cabeza antes del primer tarolazo de la última banda que me toco presenciar.
Se apagan las luces del escenario principal y un “Buenas noches México” irrumpe el silencio del aglomerado, miles de gritos que son sonido se convierten en vibraciones que recorren todo tu cuerpo y cientos de luces iluminan a cinco mortales en su calidad de dioses durante los próximos sesenta minutos. Me apresuro a adivinar la canción con la que empezará el deleite musical y sin darme cuenta no estaba escuchando la música ni volteando a ver el escenario, estaba mirando a los presentes y sus múltiples reacciones hacia el acontecimiento y así me pase sin dudarlo gran parte del concierto y me encontré con lo siguiente: personas solas llorando, riendo, pensando, cantando a todo lo que su ya lastimada garganta podía dar, a parejas abrazadas que proyectaban paz, pasión, enojo, amor e historias pasadas, amigos que se abrazaban mientras un solo de guitarra acompañaba su movimiento corporal, amigos que con solo una mirada cada tres minutos expresaban su gozo ante la situación, a extraños al evento como son: vendedores, policías, ingenieros, fotógrafos, etc, dejaban de hacer su labor requerida para voltear a ver lo ocurrido. Fue entonces cuando las preguntas ya planteadas se contestaron en mi cabeza y descubrí una parte importante y fundamental de un concierto: las aglomeraciones. Le doy gracias a cada uno de las asistentes a esa magna fiesta que me regalaron todas sus vibras y experiencias.
Acabando el concierto y con mi nueva epifanía me di cuenta que faltaba una larga caminata para el coche pero que era muy corta para poder platicarles a mis amigos mi nueva experiencia musical.