Jueves de cualquier semana, 6:30 de la tarde, llega Armando con su característica pereza y pregunta: tons, ¿qué onda con el almuerzo? ¿Ya se apoquinaron? Si la respuesta es afirmativa, saca una hoja en blanco y los pedidos empiezan a realizarse.
Dependiendo del consenso del departamento de cotizaciones, el menú del ansiado almuerzo semanal varía, entre el taco de guisado, las gorditas de chicharrón, las tortas y los tacos al pastor. Por lo general la votación es unánime y gana los tacos de guisado.
Es viernes por la mañana, el piso de arriba donde se realizó la votación del día anterior despide un olor que para muchos es agradable y para otros, pero pocos, es un olor a “garnacha” insoportable.
Comienza el festín de tacos y de albures, ¿me pasas la longaniza? Pussss, ¿qué paso?, ¿qué? ¿A quién lo toca bajarse por los chesco?, digo, a la cocina, y sucesivamente un mar de risas inunda el piso hediondo.
El menú es variado, longaniza, costilla en salsa roja, bistec en salsa verde, pollo empanizado y suadero, sin olvidar la guarnición del guiso que es muy importante: arroz en cantidades abundantes, frijol y un pico de gallo picoso pero sabroso.
Pasando una hora de aglutinamiento en el departamento ya mencionado se recogen los platos y se hace un último refill de una coca medio fría que esta por extinguirse y afirma un integrante del convivio que hay que cambiar de menú la próxima semana, todo mundo se despide y todo vuelve a la normalidad en la oficina excepto por el olor que se quedará entre nosotros por lo menos una hora más.
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